El Pecado ¡Un Cuerpo de Muerte!

POR - febrero 05, 2010

Romanos 7:7-25; 8:1,2.

7¿Qué diremos, pues? ¿La ley es pecado? En ninguna manera. Pero yo no conocí el pecado sino por la ley; porque tampoco conociera la codicia, si la ley no dijera: No codiciarás. 8Mas el pecado, tomando ocasión por el mandamiento, produjo en mí toda codicia; porque sin la ley el pecado está muerto. 9Y yo sin la ley vivía en un tiempo; pero venido el mandamiento, el pecado revivió y yo morí. 10Y hallé que el mismo mandamiento que era para vida, a mí me resultó para muerte; 11porque el pecado, tomando ocasión por el mandamiento, me engañó, y por él me mató. 12De manera que la ley a la verdad es santa, y el mandamiento santo, justo y bueno.
13¿Luego lo que es bueno, vino a ser muerte para mí? En ninguna manera; sino que el pecado, para mostrarse pecado, produjo en mí la muerte por medio de lo que es bueno, a fin de que por el mandamiento el pecado llegase a ser sobremanera pecaminoso. 14Porque sabemos que la ley es espiritual; mas yo soy carnal, vendido al pecado. 15Porque lo que hago, no lo entiendo; pues no hago lo que quiero, sino lo que aborrezco, eso hago. 16Y si lo que no quiero, esto hago, apruebo que la ley es buena. 17De manera que ya no soy yo quien hace aquello, sino el pecado que mora en mí. 18Y yo sé que en mí, esto es, en mi carne, no mora el bien; porque el querer el bien está en mí, pero no el hacerlo. 19Porque no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso hago. 20Y si hago lo que no quiero, ya no lo hago yo, sino el pecado que mora en mí.
21Así que, queriendo yo hacer el bien, hallo esta ley: que el mal está en mí. 22Porque según el hombre interior, me deleito en la ley de Dios; 23pero veo otra ley en mis miembros, que se rebela contra la ley de mi mente, y que me lleva cautivo a la ley del pecado que está en mis miembros. 24¡Miserable de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte? 25Gracias doy a Dios, por Jesucristo Señor nuestro.



Aquí está unos de los pasajes más sorprendente y conmovedores de todo el Nuevo Testamento. Pablo nos cuenta una autobiografía de su condición espiritual y destapa su corazón y su alma para mostrarnos la situación general del ser humano.


La Ley y el Pecado (7:7)

Pablo primeramente establece un contrasentido de la ley, ¿La ley es pecado? En ningún sentido la ley puede ser estimada como pecado, la ley es dada por Dios y por lo tanto es santa. Sin embargo la ley es el medio por el cual el pecado, o sea el impulso pecaminoso, se implanta en el ser humano. Esto sucede de dos formas:

a) La ley define el pecado. Sin una definición del pecado por medio de la ley nadie puede ser acusado de una falta. Por ejemplo, no sería una violación manejar en vía contraria si no existiera una ley que lo prohíba.
b) La ley hace el pecado más deseable. Por lo común a la gente le fascina lo prohibido.


La Maldad del pecado (7:8,9)

El apóstol continúa diciendo que el pecado se aprovechó del mandamiento para seducirlo y matarlo. Cómo el pecado produce esta seducción:

a) El pecado promete satisfacción.
b) Nos engaña prometiendo una disculpa.
c) El pecado nos dice que no habrá consecuencias.

Sin embargo el pecado solo produce cosas diferentes a estas, como lo ilustra la siguiente anécdota:

«Había un hombre en el pueblo, que robaba toda la leña que utilizaba para su negocio de vender pollo asado. En las madrugadas frías y oscuras salía de su casa y se llevaba la leña de distintas leñeras de las casas vecinas. Pero el hombre muchas veces tenía que cerrar el negocio en las horas de mayor venta porque el sueño lo vencía. Se hizo un cálculo, y se demostró que el hombre perdía más tiempo y trabajaba más para conseguir de este modo su combustible, que lo que hubiese hecho si hubiera trabajado honestamente. Y este ladrón es una figura de miles de hombres que trabajan mucho más para agradar a Satanás que lo que harían para agradar a Dios».



El Poder Transformador del Pecado (7:10-13)

¿Entonces la ley produce muerte? La respuesta de nuevo es no, sino que el pecado muestra su terrible naturaleza al tomar la ley, que es santa, justa y buena, como instrumento para el mal. Así el impulso pecaminoso puede tomar algo bueno y convertirlo en objeto para el mal. Ejemplos:

a) Tomar la delicadeza del amor y convertirla en lujuria.
b) Convertir el deseo de libertad y prosperidad en una obsesión de dinero y poder.
c) Usar la bella amistad como seducción para cosas malas.

Todo esto sucede para que sea manifiesto lo nefasto que es el pecado, porque puede tomar lo maravilloso, bueno y limpio para contaminarlo con su solo contacto.


Atado a Un Cadáver (7:14-24)

Ahora, de los versículos 14 al 24 el apóstol desnuda su alma y nos habla de una experiencia que es común a todos los seres humanos. Pablo Se declara un pecador incapaz de vencer sus propios impulsos. Un esclavo del pecado. Sabía lo prohibido pero era incapaz de rechazarlo, también sabía lo que tenía que hacer pero le faltaba fuerza para ejecutarlo. Reconoce una doble personalidad en él que lo quería conducir a lados diferentes pero su concupiscencia lo llevaba cautivo a hacer finalmente lo que era incorrecto. Su grito final es desesperante:

¡Miserable de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte?


Esta exclamación surge de un alma condenada. En la antigua Roma existían dos formas de castigo muy severas para los condenados por insurgencia, asesinato o crimen. Una de ellas era la crucifixión, que consistía en fijar al inculpado a un madero comúnmente atravesando sus pies y sus manos con grandes clavos. La otra, era exclusiva para los asesinos, estos en muchos casos, eran atados literalmente al cuerpo muerto de su víctima y obligados a permanecer así hasta que también morían por el efecto de la putrefacción del cadáver.

Es muy probable que el apóstol estuviera pensando en esta escena cuando decidió incluir esta expresión en su carta. Si esto es así, entonces el pecado es como ese cuerpo en descomposición pegado a nosotros y que nos contamina célula por célula hasta finalmente matarnos.

¿Pero, de qué vale saber todo esto? conocer lo que es el pecado y alejarnos de él son dos cosas muy diferentes. Sabemos que el pecado nos vuelve infelices pero nos preguntamos: “: ¿Quién nos librará de este pecado de muerte? Esto se puede comparar perfectamente con el médico que conoce con exactitud los estragos de una enfermedad pero no sabe como curarla. El mal es a veces muy evidente ante nosotros pero corregirlo y eliminarlo es algo que escapa de nuestro límite.

Jesús, Única Solución Contra el Pecado (7:25- 8:1,2)

Pablo se brinda una respuesta inmediata: ¡Gracias doy a Dios, por Jesucristo Señor nuestro!
La solución no estaba en él. Solo el Señor Jesucristo ofrece no solo un diagnóstico de la enfermedad, él puede curarla.

También el capítulo ocho continúa con la respuesta a esta pregunta, pero solo los primeros dos versículos resumen la magistral conclusión de este pasaje cargado de revelaciones dramáticas:

8:1 Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús, los que no andan conforme a la carne, sino conforme al Espíritu.

8:2 Porque la ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús me ha librado de la ley del pecado y de la muerte.

Como lo ilustra esta historia final:



Un Castillo de Pecados Destruido

«El misionero se estaba esforzando en hacer comprender a los míseros nativos de aquella aldea africana, cómo el poder de la sangre de Jesús basta para limpiarnos de todos nuestros pecados, sin adición ninguna de dogmas ni ceremonialismos. Al fin, una mujer se acercó a él, y con pena le confesó: “Señor; pero mis pecados son tantos y tan grandes como un enorme castillo. ¿Puede Jesús borrarlos todos?”. El misionero contestó: “Vamos pues, a la orilla del agua, y levantemos un castillo con un montón de granitos de arena. Luego nos sentamos cerca y esperamos. Veremos lo que sucede”. Así lo hicieron. Al rato vino una ola y arrasó con todo el castillo. La mujer quedó pensando un instante y por fin exclamó: ¡Ya lo veo! ¡Ya lo veo! Como la mar se llevaría todo el montón, así también la sangre de Jesús me lava de ¡todo mi pecado…!»

Amén.

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