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El Kerusso

Blog de Carlos Rijo Telleria

Muchas personas en el mundo entero acuden periódicamente a votar para elegir sus líderes políticos. Sin embargo hace mucho tiempo el sentimiento común, tanto dentro como fuera del cristianismo, ha sido que “no se debe mezclar la religión con la política” —señalando que se debe hacer una separación y distinción entre estas dos áreas, y que se debe ejercer la preferencia política sin la interferencia de la opinión religiosa.

¿Es correcto pensar así?

Para analizar esto, lo primero que debemos hacer es definir dos términos íntimamente ligados: Política y Estado. 

La política es el instrumento propicio para el desarrollo de la solidaridad, la responsabilidad, la justicia y la fraternidad. Como tal, comprende la situación, la organización, la competencia y los derechos propios de la participación en una sociedad. Por ser social, todo hombre es político. De modo que la vocación política siempre se pone de manifiesto, si bien con diversos matices y medidas de realización, según la participación y el grado de compromiso de cada persona. El Estado, es la organización política soberana de dominación territorial, la conexión de los poderes sociales.

Ahora, es correcto preguntarnos ¿Hay en la biblia alguna alusión significativa acerca de estos dos conceptos?

No, realmente no se puede encontrar en la Biblia una teoría sobre la naturaleza del Estado o sobre los alcances, dinámica o distribución del poder político en la sociedad. Sin embargo, aunque los autores bíblicos jamás enfocan este tema con un interés práctico, frecuentemente hacen afirmaciones que Sí inciden en él. Por ejemplo, cuando Pablo dice en Romanos 13.1 «Sométase toda persona a las autoridades superiores; porque no hay autoridad sino de parte de Dios, y las que hay, por Dios han sido establecidas» Obviamente, su preocupación es establecer la relación del Estado con el propósito de Dios de que la sociedad esté sujeta a un ordenamiento que controle el mal y fomente el bien.

Podemos decir entonces que, la biblia contradice la idea de que la religión y la política no se deben mezclar. Para el cristiano fiel la voluntad de Dios naturalmente penetra todo aspecto de la vida y tiene superioridad sobre toda cosa y sobre todos (Mateo 6:33). El apóstol Pablo dice «Todo pensamiento y acción está sujeto al análisis de la Escritura» (2 Corintios 10:5). Aunque Dios permite que el gusto y la preferencia personal de la gente hagan muchas decisiones, se debe abordar toda área de la vida con un entendimiento adecuado de la moralidad y los principios espirituales que pueden afectar las decisiones personales.

Libertad Cristiana Para Incidir en la Política

El cristiano tiene la libertad de elaborar una opinión personal sobre muchos asuntos políticos—desde la opinión concerniente a si el gobierno debería patrocinar la asistencia médica, el seguro social y la educación pública, hasta la opinión concerniente a cómo se debería conducir la política exterior. La postura en estos asuntos no pone en peligro el alma de una persona. Dios tampoco ha destruido ciudades o naciones por causa de estos intereses políticos.

Este mismo principio de libertad se puede aplicar a aquellos cristianos que de manera activa participan o desean participar en actividades políticas de su nación. Recordando siempre que la misión es incidir con ideas bíblicas cristianas en las decisiones de quienes gobiernan hoy.

¿Cristianizar la Política o Politizar el Cristianismo?

Todo cristiano debe enfrentar la realidad de que se está politizando la religión y los asuntos morales. Pero el hecho de que los políticos se aprovechen de estos asuntos y los arrastren a la arena política no significa que estos temas estén libres del análisis religioso. El creyente debe incurrir en la política, no a pesar de su fe, sino porque ser cristiano así lo exige. Ahora la pregunta que surge es  ¿Debemos cristianizar la política?

Los dos temas que se discuten actualmente en todos los países del mundo es el matrimonio entre el mismo sexo y la carnicería de bebés no nacidos. Así como los grandes profetas de la antigüedad (Amós 7:10; Marcos 6:17,18), los cristianos tienen la obligación divina de mantenerse firmes en contra de todos los políticos que sostienen tales comportamientos impíos. Ciertamente, nuestros votos deben estar guiados por los mismos principios que Jehú articuló cuando condenó la afiliación política de Josafat con el Rey Acab «que al impío daba su ayuda y amaba a los que aborrecían a Jehová» (2 Crónicas 19:2).

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