Varios años atrás, durante las vacaciones de navidad, comencé de a leer un libro de uno de mis autores favoritos. Hablando sobre la importancia de escuchar la razón de las dudas de los demás, el autor escribió esto: “He comprendido que detrás de cada pregunta hay un interrogador.” Parece tan obvio, pero detrás de esta frase tan sencilla hay una verdad que creo debe grabarse en nuestras mentes. He pensado en ella todos estos días, la he analizado a la luz del mensaje de Jesús y de los múltiples acontecimientos que ocurren en el mundo hoy, y he formulado una frase similar e igual de sencilla que resalta en mi mente más y más: “Detrás de cada pecado hay un pecador”.
Si, “Detrás de cada pecado hay un pecador”. y si te preguntas ¿Por qué resalta esto? La respuesta también es sencilla. Esta frase nos muestra el enfoque que debemos tener a la hora de tratar con el pecado, sea cual sea. Como creyentes que hemos sido impactados por la verdad del evangelio y que amamos y valoramos dicha verdad, muchas veces somos llevados a enfrentar el pecado de una manera muy enérgica y olvidamos un aspecto muy importante del propio evangelio, la forma y la cercanía con que presentamos esa verdad.
Vayamos al ejemplo del Supremo Maestro. Cuando Jesús vino al mundo es evidente que el vino a causar una revolución contra el pecado. La particularidad de Jesús es que Su revolución se da desde el corazón de cada individuo que debe ser librado de sus propias ataduras.
Jesús tuvo otras opciones, él pudo proclamarse rey y hacerse de la fuerza de todo un pueblo que estaba ansioso de liberarse del yugo y la opresión del imperio romano, o ir a los grandes foros de discusión con su gran sabiduría y elocuencia a argumentar sobre políticas y reglas para suprimir y castigar el pecado.
Pero no, lo que Jesús hizo fue acercarse a tratar el pecado directamente con el pecador. Fue esa cercanía la que permitió a Jesús decirle a Zaqueo: “la salvación ha llegado a esta casa”; fue esa cercanía también la que le permitió decirle a la mujer pecadora: “Yo tampoco te condeno, vete y no vuelvas a pecar más”; y fue esa misma cercanía la que le permitió decirle a la samaritana, “el que bebiere del agua que yo le daré, no tendrá sed jamás; sino que el agua que yo le daré será en él una fuente de agua que salte para vida eterna.”
El Maestro nos enseñó que no es desde la silla del rey, ni desde el caballo del capitán, ni desde el foro de los legisladores, ni desde las marchas y protestas de los pueblos que debemos tratar con el pecado. Jesús descendió del trono más sublime y se despojó del poder más maravilloso, y es seguro que, no fue para aspirar a los poderes viles de este mundo, sino para tratar directamente con el pecador, porque Jesús veía detrás de cada pecado un pecador para salvar.
Hoy, los seguidores de Cristo, no debemos aspirar a otra cosa que no sea tratar con el corazón del pecador, es lo que Jesús ordenó cuando dijo, vayan y hagan discipulos enseñándoles todo lo que a ustedes he mandado”. Debemos recordar que eso no es posible desde la lejanía, ni desde un discurso frío y sin compasión. Debemos recordar que el evangelio es poder de Dios. Sí , hay pecados que hay que confrontar, pero esos pecados deben ser confrontados desde el evangelio y con el evangelio. Aferrarnos a discursos políticos y sus proponentes con el supuesto de que representan valores cristianos, en primer lugar, casi siempre resulta engañoso y en todo caso le quitan la belleza y el poder que tiene el evangelio predicado de persona a persona.
Pensemos en cualquier pecado y consideremos que detrás de ellos hay un pecador que no necesita que le pongamos una pancarta en la cara para hacerle ver su pecado. Un pecador tampoco necesita escuchar a simples moralistas decir que su pecado es el peor de todos los pecados. El pecador lo que sí necesita es escuchar el evangelio de la buena nueva de esperanza para los desvalidos a causa de su pecado y escuchar el maravilloso llamado pronunciado por Pedro “Arrepiéntanse y conviértanse para que sean borrados sus pecados; para que vengan de la presencia del Señor tiempos de consuelo.” Para eso, nosotros necesitamos ver detrás de cada pecado un pecador que necesita ser salvo.