Una Anécdota Acerca de un Cientificista
J. P. Moreland cuenta esta anécdota cuando fue invitado a una fiesta privada en la casa de un cristiano cuyo jefe era incrédulo y se basaba en el cientificismo. Desde que el incrédulo saludó a Moreland al ser presentados, de inmediato embistió contra él diciendo:
“Yo solía creer que la religión y la filosofía eran importantes, pero ahora reconozco que son solo superstición. La ciencia es la única área donde podemos obtener el conocimiento. Si tú puedes cuantificar algo o probarlo en un laboratorio, entonces puedes llegar a conocerlo. Si no es así, entonces es sólo tu opinión contra la de otro. Para mí, el único valor de la religión es que al creer en ella ayuda algunas personas que necesitan este tipo de incentivos, pero en realidad las creencias religiosas ni son ciertas ni son racionales porque no son científicamente comprobables”.
Como buen apologista, Moreland no lo interrumpió y lo dejó hablar por diez minutos que le parecieron los más largos de toda su vida. Así que de la manera más amable, mansa y humilde que le fue posible, finalmente tuvo el chance de responderle: “Tengo algunas preguntas para usted, Sr. Smith. Estoy perplejo en cómo poder entender lo que usted ha afirmado los últimos diez minutos. Usted no ha dicho ni una sola frase basada en la ciencia y nada de lo que usted ha afirmado es demostrable o cuantificable científicamente en lo más mínimo. De hecho, usted se ha pasado el tiempo declarando afirmaciones filosóficas acerca de la ciencia y la religión. Ahora, me queda la impresión de que usted pretende que yo tome su monólogo de diez minutos como algo que es verdadero y racional. Pero ¿cómo podría ser esto posible, dado su cientificismo, porque usted mismo no cree que las aseveraciones filosóficas sean ciertas o racionales? Por otro lado, si usted no cree que sus propias aseveraciones son verdaderas o racionales, ¿por qué nos ha estado aburriendo con expresiones emotivas y autobiográficas por los pasados diez minutos? Después de todo, los bocadillos se están enfriando.”
Imagínense la reacción de este cientificista, según la anécdota se quedó chocado y callado, pero Moreland no lo dejó ahí. “Le tengo otra pregunta, Sr. Smith. Como usted sabe, ha habido varias definiciones acerca de la verdad que han sido ofrecidas por diferentes pensadores. ¿Podría usted darme una sola prueba científica que ofrezca una definición de la verdad en sí misma o que muestre que existe tal cosa como la verdad? Yo creo que la verdad es una declaración que se corresponde con la realidad del mundo exterior. Si yo digo que la yerba es verde, y de hecho, es verde, mi afirmación es verdad. Pero ¿podría usted darme un tipo de prueba científica que demuestre que estas asunciones son correctas y razonables para ser creídas?”
Solo para no dejarlos en suspenso, dice Moreland que la actitud del Sr. Smith cambió ante sus ojos, y el resto de la noche pudieron conversar sobre el evangelio y muchos otros asuntos relacionados.
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